Nadia Koval - Maestros de la música. Страница 3

Recordando la obra maestra de George Gershwin Porgy and Bess, muchas personas todavía discuten sobre el género de la obra: «¿Qué es, una ópera o un musical? ¿O tal vez algo más?» El mismo compositor dijo acerca del asunto: «Lo principal es que al público le gusta, y en cuanto al género… El género no es importante». Todo empezó aquella noche cuando el compositor sufría de insomnio y decidió leer un poco. Entonces, sus ojos se cruzaron con la obra de teatro de DuBose Heyward. Más tarde, luego del estreno de la ópera el 30 de septiembre de 1935, los críticos caracterizaron a la nueva obra de Gershwin como una mezcla infernal de blues, jazz, música clásica y melodías de vendedores ambulantes de la calle. El otro reproche al compositor consistía en su simpatía y respeto hacia los héroes negros en su ópera. La tremenda tensión durante el trabajo sobre Porgy and Bess llevó a Gershwin a tal situación que no podía ni comer, ni dormir. En febrero de 1937, George estaba tocando el piano en un concierto cuando de repente se desmayó. Los análisis que le realizaron no revelaron ninguna causa aparente, pero en el verano experimentó mareos, fuertes dolores de cabeza y se ponía de mal humor con facilidad, cosa inusual en él. Un día fue llevado al Hospital de Los Ángeles y le hicieron una serie de exámenes. Nuevamente, no habían encontrado nada. Todos pensaban que era exceso de trabajo.

El 9 de julio, George cayó en coma y los médicos descubrieron que tenía un tumor cerebral. Trataron de operarlo, pero ya era tarde. Murió el 11 de julio de 1937 a los 38 años de edad. Su música hoy día suena tan bella y emocionante como cuando la compuso.

Revista QUID N° 39, abril 2012

GEORG FRIEDRICH HÄNDEL. el genio del barroco

Georg Friedrich Händel (1685—1759)

El lejano año de 1685 dio la bienvenida al mundo a tres grandes músicos: Johann Sebastian Bach, Georg Friedrich Händel y Domenico Scarlatti. Cada uno de estos flamantes y exitosos representantes del barroco merece ser recordado una y otra vez, pero esta vez hablaremos de Händel, a razón de que se han cumplido 250 años de su muerte.

Lo llamaban «gran oso» gracias a su gigantesca altura, manos grandes, enormes antebrazos y caderas. Cuando caminaba, ponía las piernas en forma de arco. Sus pasos eran pesados pero el cuerpo siempre permanecía derecho. Mantenía la cabeza orgullosamente erguida y los rulos de su voluminosa peluca rebosaban sobre sus anchos hombros. Tenía la cara larga, la nariz gorda y el mentón doble. Todo su aspecto era imponente pero alegre. Cuando sonreía, su robusta y severa fisonomía se lucía de inteligencia y bondad, parecida al sol que sale entre las nubes.

Nació el 23 de febrero (calendario juliano) de 1685 en Halle, Alemania, en el seno de una familia sin tradición musical. Según la difundida opinión, debía tener algún don especial, proviniendo de padres mayores. Su padre en aquel momento tenía 60 años. Era cierto: su particular talento musical se manifestó antes de que cumpliera los diez años. Comenzó a estudiar música al principio solo y luego con el organista local Friedrich Wilhelm Zachau. Hay que subrayar que estas clases fueron las únicas a las que había asistido durante toda su vida. Su primer trabajo, a los 17 años, fue como organista en la catedral de Halle. En 1703 se trasladó a Hamburgo, el centro operístico de Alemania por aquel entonces, donde fue admitido como intérprete de violín y de clave en la orquesta de la ópera. Al año siguiente, aceptó una invitación para viajar a Italia, donde vivió más de tres años. En Italia perfeccionó el método de combinar su música con los textos en italiano. Conoció a importantes músicos de la época como Scarlatti, Corelli y Marcello. En 1700 Händel regresó de Italia y se convirtió en director de orquesta de la corte de Hanóver.

Su necesidad de componer era tan intensa que lo obligaba a llevar una vida casi ascética. No permitía que lo distrajesen con visitas insignificantes. Su cabeza no terminaba de trabajar durante todo el día con la música y no le interesaba lo que pasaba a su alrededor. Tenía la costumbre de hablar consigo mismo en voz alta, por eso los que se encontraban cerca podían conocer sus pensamientos perfectamente. La exaltación en los momentos de creación musical muchas veces lo hacía llorar. El criado, que por las mañanas le traía una taza de chocolate caliente, observaba a menudo a su amo escribiendo y dejando caer sus lágrimas sobre los pentagramas.

En el año 1711 se estrena su obra Rinaldo en Londres con un considerable éxito. En vista de ello, Händel decide establecerse en Inglaterra. Allí recibe el encargo de crear un teatro real de la ópera. Desde 1720 y hasta su muerte, siendo la persona principal de la Royal Academy of Music, sintió la importancia de reformar los gustos del público ingles. Pero él nunca tenía las posibilidades de Jean Baptiste Lully, que fue el monarca absoluto de la música francesa de la misma época. Händel vivía en un país donde a los extranjeros se los trataba con bastante antipatía. En 1733 los medios y la nobleza de Londres armaron una campaña dirigida a obligar al compositor a volver a Alemania. La persecución traía consigo actitudes absolutamente deshonestas: por órdenes de la alta sociedad los chicos de la calle arrancaban los afiches con los anuncios de sus conciertos. Las damas organizaban el té en sus casas y los caballeros asistían a la ópera italiana cuando Händel daba sus oratorios. Era muy probable que el compositor haya dejado Inglaterra si no hubiera encontrado una inesperada simpatía hacia él en Irlanda, a donde se fue por un año.

La confrontación, que no cesó durante mucho tiempo, llevó a Händel a una destrucción moral y física. Por esta causa, entre los años 1735 y 1745, el músico tuvo dos fuertes crisis de salud. Sólo gracias a su fe pudo recuperarse y volver a trabajar. En 1746 le pasó algo parecido a lo de Beethoven cuando éste compuso la Batalla de Vitoria para la Alemania levantada contra Napoleón. Después de sus oratorios patrióticos Occasional y Judas Maccabaeus, Händel se convirtió de repente en un héroe nacional. A pesar de todo, en su lucha, nunca había llegado a ser servicial y jamás había bajado la cabeza ante la aristocracia de Londres. Sólo una ópera fue compuesta con dedicación. Se llamaba Radamisto, y le fue ofrendada al rey Jorge II. En otras oportunidades rechazaba la costumbre de brindar obras a las personas importantes con el propósito de encontrar su protección.

Durante toda su vida Händel fue soltero. Algunos se lo atribuían a la falta de sociabilidad y otros a la fuerte necesidad de independencia para dedicarse solo al trabajo. No obstante, uno de los más destacados rasgos de su carácter fue su ardiente benevolencia. Su generosidad se volcaba no sólo en los seres queridos, sino también en las dos instituciones que él quería con todo su corazón, la «Sociedad de ayuda a los músicos pobres» y la «Ayuda a los niños».

El 21 de enero de 1751, mientras compone el oratorio Jephta, Händel pierde la vista. Si alguien desea penetrar en el heroico espíritu del compositor y a su fundamento moral, tiene que escuchar el último coro de la segunda parte de esta obra. La pérdida de la vista lo aparta casi completamente de la composición y de la sociedad. A comienzos de abril de 1759 Händel estaba dirigiendo su oratorio El Mesías. De repente se sintió mal. Terminado el concierto, se desmayó y fue llevado rápidamente a su casa. Nunca más volvió a levantarse de la cama. Su último deseo fue morir un Viernes Santo y esto estuvo a punto de cumplirse: falleció el 14 de abril de 1759, Sábado Santo. Fue sepultado con los honores debidos en la Abadía de Westminster, panteón de los hombres más célebres de Inglaterra. Su invaluable legajo musical, que contiene 32 oratorios, 40 óperas, 110 cantatas, 20 conciertos, fugas, suites y numerosas piezas musicales, sigue siendo el gran tesoro de la humanidad.

Revista QUID N° 23, agosto 2009

FRANZ LEHÁR. el padre de la comedia musical

Franz Lehár (1870—1948)

No toda la música clásica es triste y seria, como suponen algunos. Basta hacer mención a la opereta, el género que desde el principio del siglo pasado ha ganado millones de corazones de espectadores. A pesar de que en los últimos años se vio reemplazada por la comedia musical, nunca se olvidará el hecho de que en su tiempo la opereta La viuda alegre fue tan popular como el musical Cats de Andrew Lloyd Webber. La viuda alegre fue destinada a convertir el recién nacido género de la opereta en un objeto de popularidad masiva. Tres años y medio después de su estreno en el año 1905, esta opereta tuvo más de 18.000 presentaciones en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Esta obra le pertenecía a Franz Lehár, nacido el 30 de abril de 1870 en Komárno, Imperio austrohúngaro (actualmente Eslovaquia). Era el hijo mayor del director de una orquesta militar. Estudió violín y composición en el Conservatorio de Praga, pero luego siguió los pasos de su padre: dirigía y componía música para bandas militares. Sus primeras composiciones fueron dedicadas a la ópera, pero como no obtuvieron mucho éxito, Lehár decidió probar suerte en un género «ligero», la opereta. No obstante, los que visitaban la casa del maestro siempre advertían que sobre el piano se encontraban partituras de música «seria», incluyendo las óperas Salomé y Elektra de Richard Strauss. No se sabe si Lehár estuvo muy satisfecho en dedicar su trabajo sólo a la opereta. Su éxito financiero fue verdaderamente grande. Pudo comprar una lujosa villa, la cual de acuerdo a su voluntad después de su muerte se convirtió en el Museo de Franz Lehár. Experimentó todos los placeres de la vida, incluyendo la compañía de hermosas mujeres. Durante veinte años esperó a que su amante enviudara (todo este tiempo, habían alquilado apartamentos uno al lado del otro). Cuando lo deseado finalmente se había concretado, Franz y Sofia se casaron.

Los libretos de sus operetas a menudo eran algo tediosos y sentimentales. Dicen que una vez cuando le hicieron un escándalo por esto al compositor, él compró en Viena todas las copias del periódico con el artículo en cuestión. A pesar de esto, su música siempre recibía muchos elogios por su excelencia en la variedad de estilos y melodías, como así también por la sofisticada orquestación. Lehár siempre trataba de ampliar la temática de la opereta. Algunos de los héroes de sus creaciones tardías son figuras históricas, como por ejemplo Goethe en Friederike, Paganini de la opereta con el mismo nombre, el hijo de Pedro el Grande en El Príncipe (Der Zarewitsch) y el personaje ficticio exótico, el diplomático chino Sou-Chong de El País de las sonrisas (Das Land des Lächelns).

La opereta, como cualquier show musical, contiene una amplia variedad de melodías de baile (románticas o folklóricas), ensambles, escenas cómicas y memorables canciones de amor. Lehár y sus libretistas denominaban a tales canciones «números de Tauber», por el nombre de su tenor preferido, el ídolo del público vienés, Richard Tauber. En contraste con la ópera, en la opereta los artistas intercalan su canto con el diálogo. Además, su estructura es bastante episódica, por eso cada canción que le gustaba al público podía ser repetida varias veces. Luego, estas canciones, convirtiéndose en un éxito, seguían su rumbo fuera del teatro, y sonaban en los cafés y en las calles. Franz Lehár fue un compositor prolífico, compuso más de 25 operetas y siguió revisándolas constantemente, convirtiendo a aquellas que no habían tenido buenas recepciones durante el estreno en espectáculos con éxito. El compositor viajaba constantemente de Alemania al Reino Unido y viceversa, coordinando sus nuevas producciones y a menudo dirigiendo sus propias obras. Después de Giuditta (1934), Lehár dejó de componer y se dedicó a la publicación de música y a la organización de su editorial Glocken-Verlag.

Lehár era una persona alegre, le gustaba estar entre colegas e invitarlos a su casa. Una vez, un joven compositor, que tenía una cierta tendencia al plagio, compartía sus pensamientos con él:

– No sé por qué, Maestro, pero a mí me resulta más fácil componer por la noche. En ese momento la música nace en mi cabeza sin demora.

– Bueno, esto no es sorprendente, mi querido ‒contestó con buen humor Lehár‒, porque la noche es el mejor momento para robar.

Un día, Imre Kálmán (otro muy conocido compositor de operetas) fue a visitar a Lehár. Despidiéndose luego de su amigo, Kálmán por distracción se puso el abrigo del dueño de la casa.

– Querido Imre – dijo con alegría Lehár‒, usted puede tomar cualquiera de mis canciones de opereta, pero, por favor, déjeme a mí mi único abrigo.

Cuando los nazis ocuparon Austria, Lehár permaneció en Viena, a pesar de que sus operetas no se adecuaban a las normas del régimen: entre sus personajes había judíos (Der Rastelbinder), gitanos (El Amor gitano, Frasquita) y rusos (Kukushka, El Príncipe). Debido a su enorme popularidad, pudo salvar a su esposa Sofía de la represión, pero muchos de sus amigos cercanos, incluyendo a Tauber, fueron obligados a emigrar. Lehár no fue perseguido ya que algunos de los líderes nazis apreciaban mucho su música. Incluso para su septuagésimo aniversario, en 1940, le otorgaron una serie de premios y distintos honores.

En 1946 el compositor se trasladó a Suiza. Dos años más tarde regresó a su casa austriaca de Bad Ischl, cerca de Salzburgo, donde murió el 24 de octubre de 1948.

Revista QUID Nº 31, diciembre 2010

FRANZ LISZT. «Tócala de nuevo, Franz»

Franz Liszt (1811—1886)

El gran compositor y brillante pianista del siglo XIX, uno de los más famosos músicos del mundo, Franz Liszt nació en 1811, en la ciudad de Raiding, Hungría. Vivió una vida increíble, en la cual se articularon estrechamente la pobreza y la riqueza, el amor y el desprecio, el talento divino y una increíble capacidad de trabajo. A pesar de ser hijo de un simple empleado del servicio de Nicolás II Esterházy, Liszt hablaba en condiciones de igualdad con los monarcas y el Papa. Su genio conquistaba ciudades y países, y, por supuesto, los corazones de las mujeres.

El talento musical de Liszt se manifestó muy tempranamente. Ya a los cinco años podía tocar en el piano cualquier canción que hubiese escuchado; a los siete, libremente improvisaba e impresionaba a la audiencia por su técnica pianística. A los nueve años comenzó a ser pianista de conciertos. Había estudiando en Viena y había tenido extraordinarios profesores: el arte del piano lo estudió con Carl Czerny y la composición con Salieri. Después de Viena, en 1823, Liszt viajó con su padre a París. El objetivo era ingresar al Conservatorio, pero los franceses no lo tomaron por ser extranjero. Su padre decidió quedarse en París, a pesar de la difícil situación financiera. Debido a esto, tuvieron que organizar constantes series de conciertos y las ciudades, como París y Londres, quedaron enamoradas de este niño prodigio. Durante este período, Liszt por primera vez empieza a componer música, sobre todo estudios para sus conciertos.